miércoles, 24 de octubre de 2012

Un poco de debate sobre la comunicación y educación que queremos





Porque consideramos que la educación tiene un rol fundamental en el desarrollo de una sociedad, creemos que es importante debatir las transformaciones que tuvo a lo largo de la historia la universidad;  cambios enmarcados en contextos políticos diversos y por tanto acompañados de  luchas estudiantiles también variadas cuyo análisis no puede estar exento. Pero además, la construcción cultural y el desarrollo intelectual que se gestan dentro de ese espacio académico, deben ser problematizados en tanto querramos planificar y construir un nuevo modelo de educación

El caso que hoy nos convoca, siendo futurxs comunicadorxs, es el de hacer hincapié en nuestra formación en licenciaturas y profesorados, teniendo como objetivo cuestionar el rol profesional que se está delineando en la actualidad.

Para ello, entendemos que el punto de partida debe ser el análisis de  las transformaciones que se generaron en el campo de la comunicación para problematizar  el lugar que esta ocupa en la construcción y el desarrollo sociocultural así como en la reconstrucción de la realidad. De ese debate  decanta la necesidad de que a lo largo del  proceso formativo se produzcan diversas herramientas teóricas/prácticas para que como futuxs profesionales seamos críticos y estemos al servicio del pueblo y no de los sectores que hoy no sólo manipulan la educación sino concretamente la comunicación.

En medio de ese terreno de discusiones nos paramos como sujetos activos, ya que entendemos que es a través de la participación, como vamos a ir modelando la transformación que anhelamos para una educación más inclusiva y así procesos comunicacionales que primen la pluralidad, la posibilidad de que todas las voces se oigan.

Así es que, como parte de un largo proceso, te invitamos a leer y  profundizar algunos de estos debates e ideas con el objetivo de seguir construyendo verdaderos diálogos e intercambios.

Desde la comunicación

La ruptura con aquellas teorías lineales e instrumentales sobre la comunicación como disciplina, fue permitiendo la aparición de nuevos debates sobre el qué y el para qué de la misma, insertando el concepto de “proceso social” como baluarte a la hora de hablar de comunicación. En ese marco,  los binomios comunicación/cultura y comunicación/educación, han ido transformándose en nuevos recursos para avanzar y profundizar esas discusiones en relación a cómo a ese proceso esindispensable para el entendimiento, el debate y la construcción. 
Así, la conceptualización de “diálogo” fue tomando cada vez más fuerza, adjuntando a la idea de producción y transmisión de sentidos y saberes, la de entender a la comunicación como herramienta necesaria y fundamental a la hora de pensar un cambio posible en el seno de nuestra sociedad.
Por esa razón, tras las palabras “comunicación social”  escribimos “pluralidad”, “inclusión”, “diversidad”; términos que deberían empezar a formar parte y dejar de ser ya lejanas utopías; palabras que denotan la necesidad de que ese vaivén de saberes, de conocimientos y de sentidos de los que hablamos, no privilegien algunas experiencias sobre otras, sino que abran el panorama para acoger a cada visión del mundo, a cada voz que busque expresarse, a cada realidad que quiera ser contada.
Para ello, y como bien expresaremos más adelante, es necesario que cada cual se sienta protagonista en el entramado comunicacional cotidiano como sujeto crítico, para que esas “verdades” contadas dejen de ser la de los sectores hegemónicos, y se entienda como tal a todas y cada una de las historias que quieran darse a conocer, encontrándose unas con otras como diversas, complejas, amplias pero necesarias; dejando de lado las simplificaciones a las que estamos acostumbrados.
Por eso, y en pos de construirlo,  como Fandango somos parte de un proyecto más amplio que busca, mediante lo alternativo, lo comunitario y lo popular, materializar esa pluralidad de la que hablamos. En este sentido, si bien entendemos que la comunicación trasciende los medios ya conocidos, somos conscientes del importante rol que éstos tienen en el entramado social y político. Esa influencia nos obliga, una vez más, a analizar la imposibilidad de desunir los términos comunicación-cultura-educación, los cuales, de caminar juntos, apuestan a una real y mutua voluntad de entendimiento entre interlocutorxs, entre quien cuenta y quien quiere oír.
Son fuerzas y procesos latinoamericanos los que se suman a esta búsqueda de diálogo continuo, de una verdadera comunicación que una y no excluya. En ese marco es que hablamos de darle una vuelta al concepto que cotidianamente repetimos para desnaturalizar  procesos, para que ya nadie se sienta sólo un/a espectador/a y para que la “comunicación” se entienda como un proceso cultural y por tanto herramienta subjetiva de construcción y transformación al alcance de todxs



El trabajo del mutuo entendimiento


La comunicación es un derecho humano, y como tal debe ser defendido y reconstruido a diario. En este accionar,  el/ la comunicador/a tiene un rol fundamental;   su implicancia para con la sociedad es clave para construir una mirada crítica de la realidad, para lo que debe tomar postura y buscar interpelar al otro, generando un proceso de transformación para el desarrollo sociocultural.

Cómo comunicadores no se deben repetir “verdades”,  sino construirlas, problematizarlas, disputar la agenda de los grandes medios y generar propias herramientas de comunicación para afianzar la disputa de sentido y crear un discurso propio. El desafío del comunicador pasa por generar prácticas liberadoras, estando en constante diálogo con la sociedad donde se inserta, buscando transmitir  y defender las voces y los intereses del pueblo.

Se necesita un rol activo del comunicador partiendo desde su formación, la cual no trata sólo de incorporar conceptos teóricos, sino ponerlos en tensión con la realidad. Es decir, no se debe acotar a las instituciones formales (cómo la universidad) sino que debe estar en una constante interacción con la práctica. Para esto,  vemos como fundamental el desarrollo y la participación en proyectos de extensión e investigación, ya que como sujetos inmersos en una sociedad,  se debe investigarla para  reflexionar desde y sobre las propias prácticas.
Además, en este accionar es importante pensar al comunicador como un agente de cambio, comprometido con las políticas sociales, y de esto se desprende, una vez más, la necesidad de pensarlo por fuera de los medios de comunicación pero anclado sí en la idea de comunicación como herramienta.  En este sentido, como  comunicadorxs nos posicionamos desde la articulación “comunicación y la cultura” de la que hablamos anteriormente,  reconociendo a los diferentes actores a los que se interpela así como a los contextos en los que se desenvuelven, con los cuales debe articular sus saberes y prácticas.
Por todo esto, vemos al/la comunicadxr como un actor social dinámico que debe buscar interpelar a los diferentes sujetos y generar, a través de las diversas estrategias comunicacionales, mensajes que lleguen a la sociedad, los cuales debe incitar al receptor a tener un rol activo, crítico y transformador, para así propiciar un intercambio (evitando la recepción pasiva) y reconstruir de forma permanente y desde diferentes miradas la realidad.

 Universidad: continuidades, rupturas y la búsqueda del cambio


¿Qué implica hablar de la Universidad para quiénes la habitamos cotidianamente asumiendo el compromiso de transformarla? En principio, implica reconocer la importancia de esta institución para nuestras sociedades. La universidad es un mecanismo de distribución cultural decisivo para la hegemonía ideológica que ejercen las clases que detentan el control y la apropiación del conocimiento, tanto para la actividad productiva como para la construcción social de una cosmovisión acorde a sus intereses. Se encarga deformar a los cuadros intelectuales y técnicos que pueden reproducir y perfeccionar un estado de  las cosas, o apuntar a transformarlo. Entender esto nos obliga a descartar una visión lineal y reduccionista a la hora de pensar la universidad, no es que sea una cantera de militantes para otros sectores, ni un espacio en donde la pelea se limita a lo económico y lo gremial, remarcamos la necesidad de discutir su orientación ideológica y el sentido de su formación, ya que es una instancia vital para la batalla cultural que implica toda lucha política.
En segundo lugar, hablar de la universidad implica visualizar la historicidad de nuestras demandas, asumirnos como continuidad de las luchas del movimiento estudiantil y la comunidad universitaria en defensa de la educación pública: desde la Reforma del ’18, las movilizaciones en defensa de la educación laica en el ’58, la resistencia a las dictaduras que asociaban lo subversivo a lo crítico, hasta la lucha contra la LES menemista y el arancel, más cerca en el tiempo. Solamente la profundización de nuestras reivindicaciones y la contundencia de nuestras acciones nos acercarán hacia una universidad pública, popular, gratuita, latinoamericanista y de excelencia.
Hechas estas aclaraciones, debemos caracterizar cuál es el estado actual de la educación superior en la Argentina. En relación a la política gubernamental hacia la universidad, existe una serie de rupturas con la década neoliberal signada por el ahogamiento presupuestario, pero también una serie de sustanciales continuidades. En los últimos años ha aumentado considerablemente la inversión en Ciencia y Tecnología (donde se incluye el presupuesto universitario),alcanzando cerca del 6% del PBI nacional.Esto ha repercutido en la creación de nuevas universidades (sobre todo en el Conurbano), en mejoras edilicias y de infraestructura, y en aumentos de salarios para docentes y trabajadores no-docentes. Esta ruptura económica, se sustenta en  una valoración distinta del desarrollo tecnológico y científico, entendiendo que es indispensable para sostener el actual modelo económico neodesarrollista.
Otra de las rupturas tiene que ver con la poca cantidad de universidades privadas que surgieron en estos últimos años, en comparación con su florecimiento noventoso; aunque la matrícula privada sube a un ritmo más acelerado  que la pública, un 6,6% y un 2,2% respectivamente. En general, la matrícula de la educación superior ha aumentado en Argentina y en Latinoamérica: en nuestro país creció un 33% entre 2003 y 2011. Lo problemático pasa por el alto índice de deserción que muestra a la universidad como una institución expulsiva, sólo el 15% de los que ingresan a ella logran finalizar sus carreras. Siguen faltando mecanismos de inclusión económica y otra praxis pedagógica para combatir la deserción. En ese sentido, propuestas como las del Boleto Educativo Provincial y Nacional, la reapertura del Comedor y del Albergue Universitario en la UNLP, permiten avanzar en una democratización social de la Universidad a partir de reivindicaciones gremiales que apuntan a la ampliación del acceso y la permanencia de los sectores populares en la educación superior, reconociendo que con ello no basta, ni que el problema es sólo del orden económico. Hoy persisten otro tipo de problemáticas, sigue existiendo una falta de vinculación entre la universidad y la escuela secundaria, sin perder de vista en qué estado se encuentra la educación media, y reafirmando la necesidad de una reforma integral del sistema educativo que le garantice una educación de calidad a nuestro pueblo.
En los últimos años, una tendencia que se ha profundizado en relación a los ’90 es la penetración del capital privado y trasnacional en las universidades nacionales. Su puerta de entrada fue la Ley de Educación Superior sancionada en el año 1995. Esta legislación parte de la premisa de que la educación no es un derecho sino un servicio,  plantea que la educación superior como una mercancía, habilita el financiamiento “adicional”, instaura la evaluación externa por la CONEAU o por otro organismo privado que se constituya para tal fin y genera una lógica de “premio-castigo” para el reparto de los recursos estatales en relación con indicadores de eficiencia y equidad. La LES constituye una de las principales continuidades con los ’90.
La creciente injerencia de los capitales de las empresas transnacionales en la educación universitaria nos obliga a preguntarnos acerca de cuánto limita esto la autonomía sobre los contenidos de los planes de estudio, qué perfil de profesionales estamos formando, bajo qué paradigmas, y para los intereses de quién, sin desconocer que hay que articular la formación profesional con la actividad productiva, pero permitiéndonos problematizar esta vinculación entre universidad y modelo económico pensándola en el marco de la soberanía de nuestro conocimiento y en la descolonización de los saberes que circulan por las universidades. En ese sentido, hemos venido impulsando una serie de acciones vinculadas a estos eje,en 2009 a nivel nacional conseguimos instalar el rechazo a los fondos de la minera La Alumbrera, en la UNLP hemos propuesto foros de debate sobre megaminería para que la universidad tome posicionamiento al respecto, en Agronomía el Consejo Directivo rechazó el Plan Estratégico Agroalimentario.
Pero para entender un poco más de lo que estamos hablando son necesarias unas explicaciones previas. En los últimos años se ha ido configurando una nueva división internacional del trabajo, donde las economías de las principales potencias mundiales (EEUU, Alemania, Japón) dejan en un segundo plano la producción fordista en masa, y priorizan el sector de servicios y la industria de alta tecnología. En este marco, precisamente la tecnología y el conocimiento científico pasan a ser las variables de la producción que garantizan la competitividad de estas empresas, y ya no sólo la tríada capital-trabajo-recursos. El conocimiento es indispensable para el valor agregado de estos productos y para la generación de ventajas competitivas, allí radica la importancia que le dan a las universidades las empresas transnacionales. Y sabemos que lo que pasa por la perspectiva empresarial, pasa a ser concebido como una mercancía, el caso de la educación no es excepción, el conocimiento se tiene que resguardar (a través de la propiedad intelectual), se tiene que patentar y privatizar, y no se piensa para mejorar a la sociedad sino que su fin es aumentar la competitividad empresarial. Concepciones como ésta subyacen a la normativa vigente que regula nuestra educación superior.  Es en este esquema en que se inserta el modelo económico neodesarrollista del kirchnerismo, sustentado en la exportación de materias primas, sobre todo  de soja y minerales, y en una incipiente reindustrialización, con una economía fuertemente extranjerizada; y la revalorización del desarrollo de la ciencia y tecnología.
El espíritu de la cooperación internacional presente en la reforma educativa de los ’90, los planteos de internacionalización de la educación superior en el Plan Estratégico de la UNLP, la afirmación de Cristina Fernández de que las universidades nacionales sean una cadena de innovación tecnológica, y la transferencia a terceros que mueve millones de pesos, nos obliga a pensar quiénes se apropian del conocimiento que se produce en nuestras universidades y quiénes imponen las agendas de investigación. Hay que desanudar la asociación entre desarrollo científico-tecnológico y  desarrollo social.
Para cerrar, entendemos que es indispensable la defensa de la educación pública, de la universidad gratuita, a pesar de sus limitaciones, para avanzar hacia su transformación. Hay que acercar la universidad a sectores a los que históricamente les fue ajena, mejorar las condiciones de bienestar estudiantil, generar mecanismos para revertir el carácter expulsivo de la institución, pero no podemos desconocer que esto no alcanza en tanto la investigación y el conocimiento que se genere en sus aulas no esté determinado por las necesidades de nuestro pueblo.



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