Porque consideramos que la educación tiene un rol fundamental en el desarrollo de una sociedad,
creemos que es importante debatir las transformaciones que tuvo a lo largo de
la historia la universidad; cambios
enmarcados en contextos políticos diversos y por tanto acompañados de luchas estudiantiles también variadas cuyo
análisis no puede estar exento. Pero además, la construcción cultural y el
desarrollo intelectual que se gestan dentro de ese espacio académico, deben ser
problematizados en tanto querramos planificar y construir un nuevo modelo de
educación
El caso que
hoy nos convoca, siendo futurxs comunicadorxs, es el de hacer hincapié en nuestra formación en licenciaturas y
profesorados, teniendo como objetivo cuestionar el rol profesional que se
está delineando en la actualidad.
Para ello,
entendemos que el punto de partida debe ser el análisis de las transformaciones que se generaron en el campo de la comunicación para
problematizar el lugar que esta ocupa en la construcción y el desarrollo
sociocultural así como en la reconstrucción de la realidad. De ese debate decanta la necesidad de que a lo largo
del proceso formativo se produzcan
diversas herramientas teóricas/prácticas para que como futuxs profesionales seamos críticos y estemos al servicio del
pueblo y no de los sectores que hoy no sólo manipulan la educación sino
concretamente la comunicación.
En medio de ese terreno de
discusiones nos paramos como sujetos activos, ya que entendemos que es a través
de la participación, como vamos a ir modelando la transformación que
anhelamos para una educación más inclusiva y así procesos comunicacionales que
primen la pluralidad, la posibilidad de que todas las voces se oigan.
Así es que, como parte de un
largo proceso, te invitamos a leer y
profundizar algunos de estos debates e ideas con el objetivo de seguir
construyendo verdaderos diálogos e intercambios.
Desde la comunicación
La ruptura con aquellas teorías lineales e instrumentales sobre la comunicación como disciplina, fue permitiendo la aparición de nuevos debates sobre el qué y el para qué de la misma, insertando el concepto de “proceso social” como baluarte a la hora de hablar de comunicación. En ese marco, los binomios comunicación/cultura y comunicación/educación, han ido transformándose en nuevos recursos para avanzar y profundizar esas discusiones en relación a cómo a ese proceso esindispensable para el entendimiento, el debate y la construcción.
Así, la conceptualización de “diálogo” fue tomando cada vez más fuerza, adjuntando a la idea de producción y transmisión de sentidos y saberes, la de entender a la comunicación como herramienta necesaria y fundamental a la hora de pensar un cambio posible en el seno de nuestra sociedad.
Por esa razón, tras las palabras “comunicación social” escribimos “pluralidad”, “inclusión”, “diversidad”; términos que deberían empezar a formar parte y dejar de ser ya lejanas utopías; palabras que denotan la necesidad de que ese vaivén de saberes, de conocimientos y de sentidos de los que hablamos, no privilegien algunas experiencias sobre otras, sino que abran el panorama para acoger a cada visión del mundo, a cada voz que busque expresarse, a cada realidad que quiera ser contada.
Para ello, y como bien expresaremos más adelante, es necesario que cada cual se sienta protagonista en el entramado comunicacional cotidiano como sujeto crítico, para que esas “verdades” contadas dejen de ser la de los sectores hegemónicos, y se entienda como tal a todas y cada una de las historias que quieran darse a conocer, encontrándose unas con otras como diversas, complejas, amplias pero necesarias; dejando de lado las simplificaciones a las que estamos acostumbrados.
Por eso, y en pos de construirlo, como Fandango somos parte de un proyecto más amplio que busca, mediante lo alternativo, lo comunitario y lo popular, materializar esa pluralidad de la que hablamos. En este sentido, si bien entendemos que la comunicación trasciende los medios ya conocidos, somos conscientes del importante rol que éstos tienen en el entramado social y político. Esa influencia nos obliga, una vez más, a analizar la imposibilidad de desunir los términos comunicación-cultura-educación, los cuales, de caminar juntos, apuestan a una real y mutua voluntad de entendimiento entre interlocutorxs, entre quien cuenta y quien quiere oír.
Son fuerzas y procesos latinoamericanos los que se suman a esta búsqueda de diálogo continuo, de una verdadera comunicación que una y no excluya. En ese marco es que hablamos de darle una vuelta al concepto que cotidianamente repetimos para desnaturalizar procesos, para que ya nadie se sienta sólo un/a espectador/a y para que la “comunicación” se entienda como un proceso cultural y por tanto herramienta subjetiva de construcción y transformación al alcance de todxs
El trabajo del
mutuo entendimiento
La comunicación es
un derecho humano, y como tal debe ser defendido y reconstruido a diario. En
este accionar, el/ la comunicador/a tiene un rol fundamental; su
implicancia para con la sociedad es clave para construir una mirada crítica de la realidad, para lo que debe tomar
postura y buscar interpelar al otro, generando un proceso de transformación
para el desarrollo sociocultural.
Cómo comunicadores
no se deben repetir “verdades”, sino
construirlas, problematizarlas, disputar la agenda de los grandes medios y
generar propias herramientas de comunicación para afianzar la disputa de
sentido y crear un discurso propio. El desafío del comunicador pasa por generar
prácticas liberadoras, estando en constante diálogo con la sociedad donde se
inserta, buscando transmitir y defender
las voces y los intereses del pueblo.
Se necesita un rol
activo del comunicador partiendo desde su formación,
la cual no trata sólo de incorporar
conceptos teóricos, sino ponerlos en tensión con la realidad. Es decir, no
se debe acotar a las instituciones formales (cómo la universidad) sino que debe
estar en una constante interacción con la práctica. Para esto, vemos como fundamental el desarrollo y la participación
en proyectos de extensión e investigación,
ya que como sujetos inmersos en una sociedad, se debe investigarla para reflexionar desde y sobre las propias
prácticas.
Además, en este
accionar es importante pensar al comunicador como un agente de cambio,
comprometido con las políticas sociales, y de esto se desprende, una vez más,
la necesidad de pensarlo por fuera de los medios de comunicación pero anclado
sí en la idea de comunicación como herramienta.
En este sentido, como comunicadorxs
nos posicionamos desde la articulación “comunicación
y la cultura” de la que hablamos anteriormente, reconociendo
a los diferentes actores a los que se interpela así como a los contextos en los
que se desenvuelven, con los cuales debe articular sus saberes y prácticas.
Por todo esto,
vemos al/la comunicadxr como un actor
social dinámico que debe buscar interpelar a los diferentes sujetos y
generar, a través de las diversas estrategias comunicacionales, mensajes que
lleguen a la sociedad, los cuales debe incitar al receptor a tener un rol
activo, crítico y transformador, para así propiciar un intercambio (evitando la
recepción pasiva) y reconstruir de forma permanente y desde diferentes miradas
la realidad.
Universidad:
continuidades, rupturas y la búsqueda del cambio
¿Qué implica hablar de la Universidad
para quiénes la habitamos cotidianamente asumiendo el compromiso de
transformarla? En principio, implica reconocer la importancia de esta institución para nuestras
sociedades. La universidad es un
mecanismo de distribución cultural decisivo para la hegemonía ideológica que
ejercen las clases que detentan el control y la apropiación del conocimiento,
tanto para la actividad productiva como para la construcción social de una
cosmovisión acorde a sus intereses. Se encarga deformar a los cuadros intelectuales y técnicos que pueden reproducir y
perfeccionar un estado de las cosas, o
apuntar a transformarlo. Entender esto nos obliga a descartar una visión
lineal y reduccionista a la hora de pensar la universidad, no es que sea una
cantera de militantes para otros sectores, ni un espacio en donde la pelea se
limita a lo económico y lo gremial, remarcamos
la necesidad de discutir su orientación ideológica y el sentido de su
formación, ya que es una instancia vital para la batalla cultural que implica
toda lucha política.
En segundo lugar, hablar de la universidad implica visualizar la historicidad
de nuestras demandas, asumirnos como continuidad de las luchas del movimiento
estudiantil y la comunidad universitaria en defensa de la educación pública:
desde la Reforma
del ’18, las movilizaciones en defensa de la educación laica en el ’58, la
resistencia a las dictaduras que asociaban lo subversivo a lo crítico,
hasta la lucha contra la LES menemista y el
arancel, más cerca en el tiempo. Solamente la profundización de nuestras
reivindicaciones y la contundencia de nuestras acciones nos acercarán hacia una
universidad pública, popular, gratuita, latinoamericanista y de excelencia.
Hechas estas aclaraciones, debemos caracterizar cuál es el estado
actual de la educación superior en la Argentina. En relación a la política gubernamental hacia
la universidad, existe una serie de rupturas con la década neoliberal signada
por el ahogamiento presupuestario, pero también una serie de sustanciales
continuidades. En los últimos años ha aumentado considerablemente la
inversión en Ciencia y Tecnología (donde se incluye el presupuesto
universitario),alcanzando cerca del 6% del PBI nacional.Esto ha repercutido en
la creación de nuevas universidades (sobre todo en el Conurbano), en mejoras
edilicias y de infraestructura, y en aumentos de salarios para docentes y
trabajadores no-docentes. Esta ruptura económica, se sustenta en una valoración distinta del desarrollo
tecnológico y científico, entendiendo que es indispensable para sostener el
actual modelo económico neodesarrollista.
Otra de las rupturas tiene que ver con la poca cantidad de
universidades privadas que surgieron en estos últimos años, en comparación con
su florecimiento noventoso; aunque la matrícula privada sube a un ritmo más
acelerado que la pública, un 6,6% y un
2,2% respectivamente. En general, la matrícula de la educación superior ha
aumentado en Argentina y en Latinoamérica: en nuestro país creció un 33% entre
2003 y 2011. Lo problemático pasa por el alto índice de deserción que muestra a
la universidad como una institución expulsiva, sólo el 15% de los que ingresan
a ella logran finalizar sus carreras. Siguen faltando mecanismos de inclusión
económica y otra praxis pedagógica para combatir la deserción. En ese sentido,
propuestas como las del Boleto Educativo Provincial y Nacional, la reapertura
del Comedor y del Albergue Universitario en la UNLP, permiten avanzar en una democratización
social de la Universidad
a partir de reivindicaciones gremiales que apuntan a la ampliación del acceso y
la permanencia de los sectores populares en la educación superior, reconociendo
que con ello no basta, ni que el problema es sólo del orden económico. Hoy
persisten otro tipo de problemáticas, sigue existiendo una falta de vinculación
entre la universidad y la escuela secundaria, sin perder de vista en qué estado
se encuentra la educación media, y reafirmando la necesidad de una reforma integral
del sistema educativo que le garantice una educación de calidad a nuestro
pueblo.
En los últimos años, una tendencia que se ha profundizado en
relación a los ’90 es la penetración del capital privado y trasnacional en las
universidades nacionales. Su puerta de entrada fue la Ley de Educación Superior
sancionada en el año 1995. Esta legislación parte de la premisa de que la
educación no es un derecho sino un servicio,
plantea que la educación superior como una mercancía, habilita el
financiamiento “adicional”, instaura la evaluación externa por la CONEAU o por otro organismo
privado que se constituya para tal fin y genera una lógica de “premio-castigo”
para el reparto de los recursos estatales en relación con indicadores de
eficiencia y equidad. La LES
constituye una de las principales continuidades con los ’90.
La creciente injerencia de los capitales de las empresas
transnacionales en la educación universitaria nos obliga a preguntarnos acerca
de cuánto limita esto la autonomía sobre los contenidos de los planes de
estudio, qué perfil de profesionales estamos formando, bajo qué paradigmas, y
para los intereses de quién, sin desconocer que hay que articular la formación
profesional con la actividad productiva, pero permitiéndonos problematizar esta
vinculación entre universidad y modelo económico pensándola en el marco de la
soberanía de nuestro conocimiento y en la descolonización de los saberes que
circulan por las universidades. En ese sentido, hemos venido impulsando una
serie de acciones vinculadas a estos eje,en 2009 a nivel nacional
conseguimos instalar el rechazo a los fondos de la minera La Alumbrera, en la UNLP hemos propuesto foros de
debate sobre megaminería para que la universidad tome posicionamiento al
respecto, en Agronomía el Consejo Directivo rechazó el Plan Estratégico
Agroalimentario.
Pero para entender un poco más de lo que estamos hablando son
necesarias unas explicaciones previas. En los últimos años se ha ido
configurando una nueva división internacional del trabajo, donde las economías
de las principales potencias mundiales (EEUU, Alemania, Japón) dejan en un
segundo plano la producción fordista en masa, y priorizan el sector de
servicios y la industria de alta tecnología. En este marco, precisamente la
tecnología y el conocimiento científico pasan a ser las variables de la
producción que garantizan la competitividad de estas empresas, y ya no sólo la
tríada capital-trabajo-recursos. El conocimiento es indispensable para el valor
agregado de estos productos y para la generación de ventajas competitivas, allí
radica la importancia que le dan a las universidades las empresas
transnacionales. Y sabemos que lo que pasa por la perspectiva empresarial, pasa
a ser concebido como una mercancía, el caso de la educación no es excepción, el
conocimiento se tiene que resguardar (a través de la propiedad intelectual), se
tiene que patentar y privatizar, y no se piensa para mejorar a la sociedad sino
que su fin es aumentar la competitividad empresarial. Concepciones como ésta
subyacen a la normativa vigente que regula nuestra educación superior. Es en este esquema en que se inserta el modelo
económico neodesarrollista del kirchnerismo, sustentado en la exportación de
materias primas, sobre todo de soja y
minerales, y en una incipiente reindustrialización, con una economía
fuertemente extranjerizada; y la revalorización del desarrollo de la ciencia y
tecnología.
El espíritu de la cooperación
internacional presente en la reforma educativa de los ’90, los planteos de internacionalización de la educación
superior en el Plan Estratégico de la
UNLP, la afirmación de Cristina Fernández de que las
universidades nacionales sean una cadena
de innovación tecnológica, y la transferencia
a terceros que mueve millones de pesos, nos obliga a pensar quiénes se apropian
del conocimiento que se produce en nuestras universidades y quiénes imponen las
agendas de investigación. Hay que desanudar la asociación entre desarrollo
científico-tecnológico y desarrollo
social.
Para cerrar, entendemos que es indispensable la defensa de la
educación pública, de la universidad gratuita, a pesar de sus limitaciones,
para avanzar hacia su transformación. Hay que acercar la universidad a sectores
a los que históricamente les fue ajena, mejorar las condiciones de bienestar
estudiantil, generar mecanismos para revertir el carácter expulsivo de la
institución, pero no podemos desconocer que esto no alcanza en tanto la
investigación y el conocimiento que se genere en sus aulas no esté determinado
por las necesidades de nuestro pueblo.